Por Marusia Calixto – Sepec.
En el Centro Poblado de Luya, un pequeño lugar en Chiclayo pintado con típicos paisajes del campo, vive Teodora Martínez Ventura, una mujer sobreviviente de muchas tormentas. Una mujer embestida de mucha fe, con una fuerza espiritual que le ha permitido salir adelante sorteando un sinfín de dificultades.
Doris, como cariñosamente llaman a Teodora, nació hace aproximadamente 67 años. Con mucha vergüenza y timidez señala que no recuerda exactamente su edad, por lo tanto, no celebra su cumpleaños. No cuenta con inscripción de identidad, problema que afrontan muchas mujeres del campo, donde existe mucha pobreza y olvido.
Todas estas condiciones incrementan su vulnerabilidad porque no puede ser incluida en ningún programa de ayuda del Estado, es una más de esa población invisible que la modernidad no ha podido incluir.
Doris nació en Colaya, un pequeño pueblito de la sierra de Lambayeque, la extrema pobreza hizo que su familia se trasladara a Motupe. Nunca pudo ir a la escuela y acceder al derecho a la educación, condición que ha marcado su existencia hasta el día de hoy; esta situación es muy común en muchas familias antiguas y machistas, donde los padres priorizaban el estudio de los hijos varones, bajo la creencia que las mujeres estaban destinadas a casarse y depender de un esposo
Desde muy joven, nos cuenta, tuvo que trabajar, vivió muchos años con una tía de buen corazón; sin ningún tipo de educación, no había muchas opciones solo pudo trabajar como asistenta del hogar, pasando muchas vicisitudes propias de no conocer sus derechos, asumiendo en ese momento que la vida era así para las mujeres sin recursos económicos.
Las lágrimas en sus mejillas, al contarnos su historia nos dejan sentir el gran dolor y la vergüenza por no saber leer ni escribir. Ella expresa que la vida le ha dado pocas oportunidades para desarrollarse, pero eso no la amilana. Con voz firme sostiene que tiene mucha fuerza para continuar con fe, alegando que hoy las mujeres tienen más oportunidades.
Doris pudo formar una familia, tuvo una hija a la que se refiere con mucho amor y cariño. La vida no ha sido fácil, refiere. Vive en Luya desde que formó su familia; en medio de necesidades y pobreza, sin embargo, no pierde la alegría y el amor de Dios.
La pandemia la enfrentó a muchos retos, la pobreza agudizó los efectos, pero no dejó de luchar y salir adelante, siempre con mucha fe y esperanza.
El comedor “San Martin de Porras” en el que participa, le ha permitido sobrevivir en estos tiempos difíciles, no solo ha encontrado el alimento diario para ella, su nieto y su esposo quién perdió su trabajo. También ha encontrado el apoyo psico-espiritual como alimento del alma, esa fuerza interior que la hace enfrentar su vida cada día con más fortaleza.
Valora el apoyo que el comedor recibe gracias al proyecto promovido por Sepec. Señala con emoción: “Antes cocinábamos con leña, prácticamente a la intemperie y tomaba mucho tiempo la elaboración. Ahora tenemos una cocina, estamos con un techo y podemos cocinar mejor”. También reconoce como positivo el poder acceder a los kits de bioseguridad (alcohol, mascarilla, jabón). “Muchas veces no hay dinero para comer, menos para comprar esos elementos”, agrega Doris.
Actualmente en el proceso de construir emprendimiento con mujeres refiere: “Hoy tengo mucha esperanza en poder hacer un negocio, yo hago mazamorra y otros dulces para salir adelante, cocino con leña”. Doris indica que sueña con una pequeña cocina que le permita preparar sus dulces en mejores condiciones, sabe que puede salir adelante. El acompañamiento psicoespiritual la llena de energía y agradece que el Señor se haga presente con este proyecto del comedor, con la iglesia y Sepec, al final nos da el siguiente mensaje “la vida es difícil, pero se puede sonreír con la gracia de Dios, nunca se puede perder la fe y esperanza”.
Doris, es una de tantas mujeres de nuestro país, que se sobreponen a toda dificultad. Mujeres resilientes que transforman la realidad de nuestro país aun en la invisibilidad.