Consolados para consolar

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.

1 Co. 1: 3,4

Por: Lic. Pedro López Castillo-Iglesia Asambleas de Dios

No cabe duda que estos últimos tiempos están siendo duros para todos. Desde que empezó la pandemia de la covid-19 millones de personas se han visto afectadas en su salud, su economía y también anímicamente. 

En el Perú se ha sentido este golpe de una manera más profunda debido a las carencias en nuestros sistemas de salud, la inestabilidad política en la que nos encontramos y la debilidad en nuestra economía, ocasionando un dolor y desesperanza nunca antes vistos. 

Esta situación ha originado que el temor y el pesimismo reinen sobre no creyentes y también sobre creyentes, pues  hasta los cristianos hemos visto cómo la fe se fue debilitando ante las circunstancias que nos tocó vivir.

Frente a ello nos hemos preguntado, ¿será que, en medio de tan triste momento histórico,  podamos elevar una alabanza de victoria y confianza al cielo? ¿Hay algo por lo que podamos estar agradecidos con Dios en estos tiempos difíciles? ¿Podrá existir un sentimiento de optimismo en nosotros que nos lleve a agradecer a Dios, a pesar de todo lo que viene ocurriendo?  La esperanza cristiana nos lleva a responder con un rotundo ¡sí! A pesar de todo, a pesar del dolor, a pesar de la tribulación y aflicción en la que estamos hoy, ¡podemos alabar a Dios con un corazón lleno de esperanza!

En el pasaje bíblico citado arriba vemos como el apóstol Pablo -alguien experimentado en tribulaciones y aflicciones- puede reconocer el amor y la misericordia de Dios, en medio de las adversidades que le ha tocado vivir. Lo maravilloso de la experiencia cristiana es que tenemos a un Dios Padre que “nos consuela en toda tribulación nuestra”. No en algunas, sino en todas. 

Sin dudas, podemos recibir su consolación en medio de lo que estamos atravesando hoy. Puede ser que hayamos perdido seres queridos, o tal vez nuestra empresa o negocio quebró, o hemos perdido nuestros empleos y no nos alcanza el dinero para comer o pagar los estudios de nuestros hijos. Quizá la preocupación, el temor al mañana, la rabia y el enojo que produce el no poder ver días mejores nos asfixia y nos lleva a un callejón sin salidas. 

Sin embargo, es en estas circunstancias donde podemos mirar al cielo y recordar que Dios tiene el control de nuestras vidas y de la historia, que él tiene consolación para nosotros y que si confiamos en su misericordia no todo está perdido y podremos transitar este tiempo con esperanza.

La consolación divina es una experiencia real y está disponible para todo aquél que se abandone a Dios y confíe en su amor de Padre, pero esta bendita consolación no termina en nosotros. Dios espera que, una vez consolados por él, compartamos esta consolación con los que nos rodean, pues ellos también se encuentran sufriendo el tiempo presente. 

Este pasaje nos anima a ser instrumentos de la consolación divina y agentes de esperanza para nuestros familiares y amigos. ¡Empecemos entonces a apropiarnos de la consolación de Dios y a compartirla con los demás! Cerca de nosotros siempre habrá quien necesite de aquél consuelo, el mismo que nosotros también recibimos de Dios.